Trabajando para los famosos corre uno el riesgo de en cualquier rato ser confundido con artista. (Y no andan errados).
En una ocasión por poco y me atrapan las lentes de los paparazzi, (en un video de Youtube soy el fantasma de blanco que se asoma por dos segundos a la puerta y desaparece, no se vayan a interesar las güeras por mí y a sacarme del anonimato).
Seguido nos encontramos con esa turba de mechudos y cegatones camarógrafos y fotógrafos, cuyo único trabajo es salir a pajarear por las calles de West-Hollywood, Beverly Hills o Mid City, lugar donde se encuentra Joans on third, hermosísimo santuario donde se preparan deliciosos bocadillos para los rostros más famosos de Hollywood.
Los paparazzi, a pesar de que enfrentan serios riesgos a manos de los guaruras que cada luminaria trae para su protección, son como los perros de rancho; siguen tragando güevos, aunque les partan el hocico.
Esta gente tiene contactos entre los empleados de este y otros negocios, quienes les avisan y se dejan venir como abejas africanas.
En Joans on third no se permite hacer eso. La dueña nunca ha visto bien a los paparazzis ni a quienes los ayudan. Ya van dos empleados corridos por andar de chismosos avisándoles acerca de la sorpresiva visita de tal o cual estrella del cine o la televisión.
Algunas veces participamos del juego, pero burlándolos, cosa que divierte a la dueña del negocio. Sabemos que hay decenas de estos tipejos y fuamm, salimos dos sandwicheros a descanso (brake) y soltamos el grito yeyyy... recibiendo primero una lluvia de cegadores flashazos y luego el conocidísimo grito groserón de: fakiuuuu. El sueño de ser famosos cada día se vuelve realidad. Estoy seguro de que ya cuando los paparazzi revisan su material se dan cuenta de lo desperdiciado que estoy, empleado aquí en revolver ensaladas cuando debería estar desbordando mi talento en el celuloide.
El negocio de los paparazzi es lo que más odia la dueña pues le espanta su clientela.
A veces estamos tan entretenidos y ocupados en nuestras rutinas de trabajo, casi en meditación budista, que no reparamos en tan altas personalidades, nos enteramos hasta el rato. Muchas de las veces fingimos un amplio conocimiento sobre las superproducciones del cine norteamericano. Nuestra cercanía a la Meca cinéfila nos hace voltear nuestra mirada palaciega, por encima del gorrito que cargamos, para decir, como el gobernador Schwarzenegger: see you later...hasta la vista, beibis...
Un día voy a salir disfrazado de Whoopi Goldberg, primero asomaré un muslo al desnudo, luego mi peluca y mis ojos tras las gafas, enseguida el busto relleno con un par de lechugas italianas, y me caerá a granel la marabunta de cámaras. Hasta que asome por completo y les dedique un jarabe tapatío, todo para felicidad de mi patrona. Si algo tengo es ser muy granjeador.
Y ahora recuerdo que algún día he de hacer un programa por T.V. que se llame “El show del mojado”. Y bueno, si Obama es premio Nobel, yo también lo seré, en Literatura
sábado, 7 de noviembre de 2009
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