viernes, 6 de noviembre de 2009

LA INSEGURIDAD EN LOS ANGELES

Cuando vine por primera vez a Los Angeles, hará diez años, esto estaba peor que ahora, proliferaban bandas de pandilleros pelones y tatuados, con el pantalón a media nalga.
Se enfrentaban mariguanos, había asaltos por doquier, balaceras, música ruidosa sobre todo por la noche. Y la policía se veía impotente.
Barrios sin ley, aceras invadidas por coquitos rapados bailando con chavitas igual tatuadas, con pelos pintados de azul, verde o morado y tremendos aretes y broqueles en orejas, lengua y ombligo.
No podía entrar a mi depa sin toparme con olas de loquillos viciosos cuyo fuerte era el consumo, venta y distribución de drogas. Los vecindarios eran zonas de guerra.
Doña Chabe, salvadoreña, decía: pobres niños, siempre sin calor de hogar, hoy vueltos criminales.
Doña Chabe tenía dos cipotes (chiquillos) en su país, con la abuela, bien portados y estudiosos. Y juraba: Si me hubiera metido con quien se me pusiera enfrente, no hallaría la puerta manteniendo un montón de vagos.
Por esos tiempos el programa de beneficencia Wellfare (uelfer, pronunciation) favoreció a las madres solteras. Toda mujer que diera a luz en los EU tendría asistencia médica, alimentación del bebé, ayuda para renta, cierta cantidad de dinero y estampillas de comida.
Como doña Chabe y Lucita, hubo madres que prefirieron dejar a sus hijos en sus lugares de origen, pero muchas otras generaron niños a expensas del Wellfare. Hogares disfuncionales, sin figura paterna, con la madre trabajando todo el día y los hijos abandonados a la buena de Dios.
Se vio incrementado el número de adolescentes embarazadas. Niñas criando niños. Ni las mamás solían darse cuenta que sus beibis esperaban beibi.
El papá, chamaquito inmaduro, con trastornos emocionales fruto también del abandono paterno, inmerso en la pornografía pululante, dejaba todo el paquete a la muchacha, quien terminaba echando el producto a la basura o en algún callejón. Acaso a las puertas de algún hospital.
Las balaceras de la Mara Salvatrucha (MS) y la pandilla de “la 18” y muchas otras fueron exterminadas con redadas y deportaciones masivas.
Pero las secuelas del embrollo persisten: madres solitarias, hombres aportando parte de su sueldo en la corte, por pensión alimenticia, jóvenes enfrentando proceso de probation (provechion-prueba).
Ante todo esto pienso: “casamiento (arrejuntamiento) de vagos, fábrica de pandilleros”.
Hoy el índice de inseguridad ha bajado, los mojados podemos desplazarnos por estas calles como divas del jale, llenar el cochinito y enviar algo de dinero a nuestras humildes familias que en México oran por nosotros y nuestros ilegales pasos en este gran país de ensueño, donde caminamos sin documentos en medio de güeros amantes de documentarlo y reglamentarlo todo.
Transitamos como Speedys González en este país que dice en sus billetes verdes: “En Dios confiamos”. Pero no confían en su hermano el hombre.

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