Al compás de la canción de Mocedades, que dice: “¿dónde estás corazón?”, los compadres ahogan sus penas en la botella.
“¿Dónde estás corazón, no oigo tu palpitar?...”
Y al ritmo de la nostalgia discuten, alzan la voz, crispan los puños. Hay rabia contenida. Ociosidad, decidia, el miedo, el mañana incierto disparan el arrebato convertido al filo de la media noche en típico pleito alcoholizado.
Mauricio y David son compadres y hermanos carnales, jóvenes labriegos que dejaron atrás, en la distancia y el tiempo, la tierra de sus abuelos, de sus padres y hermanos. Olvidados del campo y querencias, emigraron, como muchos individuos, al encuentro de otra vida.
Llevan toda la tarde tomando. Es sábado, anoche comenzó la farra en el salón de baile. Hubo de todo, dancing, bebidas y el ruidoso y gratificante reencuentro con las amigas de siempre. Noche de copas, de placer, derroche, escándalo. A su apartamento llegan quién sabe cómo y a qué horas.
Por la mañana, la línea telefónica, cuya terminal encuentra nido en estropeado y resquebrajado aparato receptor, repiquetea con insistencia en los tímpanos de aquel par que ignora la señal de esas voces clamando desde su natal Mexquititlán, municipio de Amealco, Queretaro, un poquito de atención, una conversación, unas palabras de amor.
“Es tan grande el dolor que no puedo llorar…”
En elevadísimo volumen la melodía, eterno replay, se escucha desde el destartalado aparatejo, los decibeles son suficientes para sofocar el insistente rinnngg de sus viejitos, de sus respectivas novia y esposa. La desazón invade a la familia. Semana tras semana, las mañanas de cada sábado, insisten en comunicarse, sin recibir respuesta. Han quedado en abandono, endeudados, por la razón de que vendieron hasta el último animalito para completarles el pasaje. Pero ellos llegando al vecino país del norte los olvidaron.
Mauricio y David tratan de distraer las penas y frustraciones y la imagen de los ancianos padres que sobreviven a duras penas, y de la esposa que sólo ve platos vacíos y la mugrienta cara de unos niños que seguido preguntan: mamita, ¿dónde está mi papá?
Con la mente obnubilada, la boca reseca por la cruda despiertan de su farra a la realidad, sin dinero y unas irresistibles ganas de seguir bebiendo.
Desde hace tres años llegaron al este de Los Angeles, ciudad muy populosa y conocida por su irreductible arquetipo mexicanista. No han mandado un centavo a sus parientes, gastándose lo que les va quedando en borracheras y mujercitas en turno. Más que la falta de llanto es la falta de tranquilidad, la culpa.
“La quería yo tanto y se fue, para nunca volver…”
David piensa en su mujer, la Chila, Cecilia Virgen decidió salirse de casa de sus padres con todo y chamacos.
Dicen que la ven todos los sábados en el mercado municipal, sonriente, complacida y vanidosa, cargando una pesada canasta con harto, rete harto mandado, acompañada por
Julián, el nuevo amor de su vida.
sábado, 7 de noviembre de 2009
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