Ver un hombre ardiendo es poco habitual y nada grato. Yo lo presencié sin poderlo creer; un indigente se quemaba vuelto tea humana en plena calle.
Se trataba de “Buda Jhonny”, un viejecito indigente, regordete, greñudo, barbón y de ojos azules. Todo ocurrió en la calle 3a., entre Berendo y New Hampshire, del populoso barrio latino-oriental de koreatown.
Apenas bajé del bus y me topé con esa escena irreal, gritos de alarma, escándalo histérico y el hombre en llamas (y no precisamente el que pintó Clemente Orozco) y un grupo de gente desesperada tratando de apagarlo a golpes de chamarras o lo que fuera.
Me acerqué atropelladamente en tanto echaba mano de mi mochila y sacaba el mandil de mi trabajo. Con él a manera de instrumento sofocador de incendios me sumé a la tarea de tragafuegos. No conseguimos apagar las llamas y para pasmo de todos, el individuo murió entre aullidos de dolor. Sólo hasta que estuvo en el suelo pudimos amainar el incendio, poco antes de que llegaran los bomberos. Al mismo tiempo llegaba la policía, que de inmediato se dio a la tarea de acordonar el área y apartar al mar de curiosos que se formó en torno.
Entonces me escurrí hasta ocupar el último lugar entre los mirones, no fuera a ser llevado a declarar y notificar, de paso, mi estatus de mojado.
Así que, de retirado, con entreabierta jeta y escurrimiento de glándulas salivales, estuve ahí un rato más.
Supe que la tea humana fue obra de un cholillo mariguano que al salir del "California's donas”, tropezó con el indigente y se le tiró el café. Enfurecido empezó a patear al anciano y no contento fue al auto, trepó y arrancó a toda velocidad, pero de pronto paró en seco, se bajó, bañó de gasolina al indigente y le prendió fuego, de modo que al arrancar de nuevo ya el hombre danzaba sobre la banqueta, convertido en antorcha humana. Nomás faltó que el pirómano se devolviera sólo para prender, con aquella lumbre, un cigarro, a tal grado de bestialismo y deshumanización, han llegado algunos sectores de esta sociedad).
La gigantesca urbe angelina se horrorizó con esta crueldad. El indigente se la pasaba tirado en la banqueta, pero no le hacía mal a nadie, como no fuera provocar nauseas con la rancia fetidez de sus humores, pues en verdad que apestaba a rayos.
Me retiré agobiado: Ah, este país dizque civilizado y con Premio Nobel de la Paz en la Casa Blanca.
Desde amas de casa, empleados, policías, hasta estudiantes y clérigos, son presa de la mano criminal, sin distinción. El crimen nos acecha desde las sombras.
Esa noche no pude dormir, miserables en llamas saltaban por todos lados y el Buda Johnny era una salamadra ejecutando horrenda danza con gritos de guerra en volutas de humo y cenizas.
Y en ratos, a la pesadilla se sumaba un cholo haciendo gestos de ira demencial.
Nunca imaginé venir desde Tepic a la Angelópolis y ver esto, pero así son las cosas.
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