viernes, 4 de diciembre de 2009

DE CÓMO LAS TELES DEJARON DE SER NALGONAS

Estoy ante los aparadores de las céntricas calles de Los Angeles. Las teles que se exhiben, las de plasma o tecnología Led, supergigantes (quién iba a pensar que los cines entrarían en casa), nos trasladan a otros mundos.
En cambio, recuerdo cómo las teles en blanco y negro eran objeto de lujo allá por los años setenta.
La bola de chamacos vagos, jugando en la calle, saltábamos con el grito de algún pillete: ¡Ya empezó la Señorita Cometa!, conocida serie infantil japonesa, claro, doblada al español, con la que regularmente comenzaba la barra infantil, todas las tardes.
De inmediato rasguñábamos nuestra moneda de cobre de a 20 centavos, tarifa de doña Rufi, la mamá de Chente. Aunque vivían modestamente con los ingresos de una fonda que aun existe enfrente del Mercado Amado Nervo de Tepic, para nuestra sincrética mentalidad eran los indiscutibles riquillos del barrio.
Con diez centavos se podía comprar un boli de sabor. Y aplastábamos las nalgas hasta el oscurecer (o hasta que nos corrían).
Cuál televisión digital, de alta definición, telecable ni soñarlo, sólo había esas burrotas teles con patas de madera, a las que se le añadía un regulador de voltaje, para que no se les fueran a calentar los bulbos o de plano las fregara un rayo.
Ni quién pensara en el control remoto, sólo había la perilla, mazorca o matraca, botones para seleccionar ruidosamente el canal, la intensidad de volumen y nitidez. Y no faltaba que aparecieran manchas y rayas diagonales. Tener TV era símbolo de bienestar, bonanza y ascenso social.
Los comerciales, como ahora, aprovechaban a la Señorita Cometa para promover toda clase de chucherías. Las historias de la serie, como es usual, eran sin contenido, sólo divertían. Noté que la publicidad: fume Fino, fume Fama, o: venga al sabor de Marlborooouuu, coincidió con el hecho de que los chavos del barrio empezaban a fumar en los oscuros rincones de la vecindad. Luego conocí a los marihuanos del barrio y a los borrachos más bravucones y ridículos de la Privada Miñón Oriente, en las inmediaciones de El molino de Menchaca. Nada qué ver con Señorita Cometa pero sí con los comerciales.
Sin embargo, había el canal 13 y era un importante espacio de difusión cultural y entretenimiento. Llegó a transmitir programas de manufactura nacional, excelentes producciones, series televisivas que no eran interrumpidas por anuncios comerciales (No hay chaca-chaca sin Ardiel). Lástima que ese canal estatal se privatizara. Para fortuna existen el canal 11 y el 22, magníficos.
Después vendrían las teles que ya no eran tan burrotas pero sí muy nalgonas, con cabús negro y gordo.
Las luces hipnotizantes de los anuncios comerciales en las marquesinas me vuelven a la realidad.
Si alguien me hubiera dicho que aquel muchacho que arañaba sus veinte centavos de cobre, llegaría a echar lente (sólo eso) a estas pantallotas planas, (sin pompis), y ya son lo cotidiano en los hogares más o menos con recursos, en todo el mundo… de saberlo, insisto, le habría dicho a doña Rufi: Es usted una rufiana, en los aparadores ve uno las teles y no cobran nada. “Ah sí, pues espérate 35 años y vete a Los Angeles, y a la porra, muchacho cabrón.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario