Una mañana soleada y calurosa iba con mi carrito de paletas. Cuando no hay más, acudo al “cachadero” para ofrecerme como jornalero, tirando papel, recogiendo resaicol (recycle) botes y botellas de plástico y vidrio, y también vendo paletas.
Di vuelta por la Seven Street, esquina con Hope, en pleno centro de Los Angeles. Noté que había expectación, cero circulación de carros y vi cámaras y reflectores.
Estaban filmando una película. Qué maravilla. Tratando de no llamar la atención, me dispuse a disfrutar del espectáculo. Me recargué sobre mi carrito, con el puño bajo la piocha, y empecé mi alucine: pelé los dientotes sonriendo e imaginando que me filmaban a mí, que por fin se daban cuenta del encanto totonaca.
En Los Angeles es normal que se filme en las calles. La industria invade la vía pública con equipos, enormes carros transportando el instrumental, vestuario, artículos de utilería y demás parafernalia de las estrellas.
Yo con mis ojitos maravillados seguía alucinando: esta es la gran oportunidad para mis dotes de actor y latin lover, el estrellato ha llegado. Me sentí el protagonista de aquel costoso rodaje con escenas bien diseñadas y técnicos apurados y con aires de importancia dando voces de instrucción. Soñé que al fin valoraban al ilegal. Acaso filmaban el éxito taquillero: “Aventuras de un mojado”.
Así gozaba del show cuando de pronto se me vino encima una muchedumbre. ¡Los guardias de seguridad!, pensé, presa del nerviosismo, de aquí me deportan a Tijuana... Quise huir pero en eso me di cuenta que era el equipo de producción y actores que, agobiados por el excesivo calor, me habían descubierto y daban gritos triunfalistas: “¡ehh!”, aclamándome como a héroe. Excéntricos y relajientos ¿no? ¡Luces y cámaras, se filma el carrito de las paletas!
Un güero se acercó, se quitó los gafas y me palmoteó amablemente la espalda.
¡Era ni más ni menos que Bruce Willis! (epa suerte de este mojado). Me quedé con la baba caída y no reaccioné cuando dijo en español: “Amigo, queremos paletas, ¿ok?” Tuvo que repetir la frase. Y entonces atiné a responder: —Yes, yes, okey, okey— El practicaba su español, yo mi inglés.
En un santiamén vaciaron el móvil y Bruce dijo: ¿Cuánto es de tus paletas, amigo?
Contesté tímidamente: I think so, it's one hundred and thirty five dollars.
Siguiendo las leyes de la oferta y la demanda, les estaba cobrando quince dólares de más. Willis hizo una seña y su asistente me dio dos billetotes de a cien dólares.
No lo podía creer, para mí eso era una fortuna. Ya en confianza, pedí chance de quedarme a ver el rodaje y ellos no tuvieron inconveniente. Así disfruté la filmación de lo que sería una de las realizaciones más taquilleras: "Live free or die hard" “Vive libre o muere duro” (Duro de matar IV).
Película magnífica, pero me gustaría que hubiera salido la venta de las paletas.
Bye, les grité (a mis compañeros de elenco, je je), y me despidieron con algarabía. A mi costarring, el güerito Willys, le dije: Tenkiu, siii yu leirer...
Me fui feliz. Ring priringlindindin-rin, sonaron las campanitas.
viernes, 13 de noviembre de 2009
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