martes, 17 de noviembre de 2009

PALETEROS DE LOS ANGELES

Con sus modestas ropas, gastados tenis raqueteando el viento, ojos de pescado que trata de aspirar más que boquear fuera del agua, en aquella urbe que los sobrepasa, van los paleteros por Los Angeles.
Tuvieron que dejar sus depauperados pueblos y alejadas rancherías, para internarse en esta gigantesca jungla de concreto, donde hay tigres con rayas de aceite y ojos con brillo metalizado.
Algunos de estos paleteros han sido asaltados y/o golpeados por negros o cholos, prácticamente excavadores de su tumba en el asfalto, a golpes de mota y alcohólicas babas estilando sobre estos aguerridos mexicanos jamás vencidos aunque el concreto los reciba con su pesada piel.
A don Jero lo mató un tipo que manejaba ebrio y drogado. El gremio paletero se unió para hacer la coperacha y pagar los gastos del sepelio.
Sus correrías por las grandes avenidas y por el downtown terminaron bajo las llantas de un carro que saboreó gratis las heladas golosinas regadas por el pavimento.
Don Vicente, el dueño de la paletería "Sarita" apoyó a la familia para el traslado del cuerpo hasta su natal Guerrero. Por más de dos años había pertenecido a ese flamante equipo de andulentes y correlones vendedores de sabroso hielo empaletado.
Los paleteros son mi gremio, son mi raza. Por dos veces he chambeado con ellos, cuando la necesidad más me ha apretado el cogote.
He andado como ellos bajo el quemante sol, empujando el carrito entre el endiablado tráfico, toreando llantas y gritando a pulmón exigido: ¡Hay paletas! ¡Lleve sus paletas!
Algún día, en algún tiempo, hemos de volver a gritar pero las consignas de nuestros batallones aztecas, llamando a levantarnos por sobre nuestras miserias y a superarnos a puro empuje denodado, con el mismo tesón con que batallamos con estos carritos.
Los paleteros van en el mismo jet de la nación más poderosa,( aunque en el tren de aterrizaje y fuselaje), se despliegan intrépidos en la segunda ciudad más importante del imperio. Su sencillez, su corazón noble, su orbe simple se expande como una ampolla pura en el enrarecido aire.
Su sudor es sagrado, su fatiga es bendita, su afán es la del milenario indio, batallando en el mismo frente, aunque con diferentes circunstancias, siglo con siglo.
Cómprale paletas, ellas no son ilegales, como tampoco lo son ellos aunque no tengan los papeles que las órdenes imperantes han impuesto. Ellos vienen de tribus que cruzaban por las montañas todo este territorio del continente, sin más requisito que se pueda exigir al viento o a las aves migratorias, o al mosquito que se cuela por todos lados…
Sigo visitando a mis amigos de vez en cuando, pues doña Sarita, la dueña, además de rentarles cuartos para dormir les vende unos almuerzos muy sabrosos que yo también he disfrutado con todos ellos, amén de convites entre risas, chascarrillos y versos y alguno que otro chupetín bohemio.
Batallón de paleteros indomables: nuestra imagen es inmortal.

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