Por Juan Salazar Pérez
13 de mayo de 1982
Incersionpor Juan J. Gaspar G.
(1a. Parte). EVOCACIÓN DEL PROFESOR OTILIO E. MONTAÑO.
Moreno, delgado aún por aquellos años, con el rostro enmarcado por unos espesos bigotes, Otilio Edmundo Montaño, llegó a Yautepec allá por 1908 a la escuelita de gobierno, situada en una esquina del zócalo de la población, cuya casa pertenecía a la familia Rojí.
Semanariamente, las familias acomodadas del lugar, celebraban sus tertulias, que iban rotándose de casa en casa de acuerdo a quien le tocara ser anfitrión: Ora con los Guzmán, ora con los Reyes, los Plasencia, los Rulfo, los Moreno, los Guzmán o con los Salazar, se daba cita lo más escogido de aquel trasunto de sociedad porfiriana.
Los señores se habían constituído en una cerrada fraternidad denominada "La Escuadra".
Un grupo de muchachas en flor amenizaban las reuniones desgranando los arpegios de sus mandolinas, chocolate y primores de la exquisita repostería casera, eran la delicia de los asistentes.
La vida en Yautepec se desenvolvía en medio de una paz monacal y ambiente recoleto. Por las tardes, las campanas tocaban al ángelus.
El párroco Marcos Osuna, don Teodoro González, el Lic. Díaz Mioqui y algún invitado de ocasión tomaban religiosamente sus puestos, a las dos de la tarde, en la tienda de don Chico Salazar, para escanciar los vinos de su bodega.
Atlihuayán, San Carlos y Oacalco, mantenían, entonces, un permanente ritmo de trabajo, que a su vez, permitía que, el grupito que manejaba el comercio, llevara esta forma de vida placentera y de espaldas al pueblo.
En una de esas tertulias, conocí, por azares del destino, al Profr. Montaño: Un traje gris, gazné en el cuello y calzando zapatos de una sola pieza, es todo el recuerdo que guardo de él.
En 1911, ya iniciada la revolución, lo volví a encontrar nuevamente en Yautepec, pero ahora en circunstancias diferentes: Estábamos en el cuartel general de Amador Salazar, que en nada se parecía a los salones de aquellas tertulias de "La Escuadra", y Otilio E. Montaño, de oscuro profesor, había pasado a ser un prestigioso general zapatista. Más tarde me enteraría de algo más importante ¡Que, el profesor Montaño, era nada menos que el redactor del Plan de Ayala!
Esas fueron las dos únicas veces en que me encontré con el Profr. Montaño, pero para mí quedaron indeleblemente marcadas en el recuerdo. Nunca más lo volvería a ver.
El general tuvo dos hijos: Salvador y Guadalupe. Años después, en plena paz, Salvador estuvo en Yautepec como Secretario del Juzgado de Primera Instancia. Siempre llevó una vida retraída, quizá por la pena de saber que su padre había muerto como traidor. En ese tiempo lo invité para que llevara a uno de mis hijos a la pila bautismal, así fue como encompadramos. Más tarde le dije que estaba reuniendo datos para demostrar que el Profr. Montaño, su padre, había sido asesinado por sus enemigos políticos. Que no fue traidor a la causa que sirvió. Ahora, cumplo con este ofrecimiento, esperando que las nuevas generaciones lo eximan de ese estigma.
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