Dolarito y Pesito cargan alteros de folletos que van repartiendo en las casas o colocando en los parabrisas. Muy locuaces platican:
—¿A ti cómo te gustaría llamarte? —pregunta Pancho— ¿Eduardo o Edward? ¿Tomy o Tomás? ¿Steve o Esteban? Digo, porque ahora que tenemos “documentos” (del Mc Arthur Park) somos ciudadanos americanos y debemos arreglar nuestro nombre.
—¿Se trata —preguntó Lencho— de bautizarnos? Porque si es así requerimos un riego de cerveza.
—No, no, tranquilo —repone Pancho— no somos gente perdulera, tenemos sueños y ambiciones y somos honestos. O casi. ¿Te gustaría llamarte George?
—¡George! —respinga Lencho—¿Y qué peros le pones a Jorge, así a lo pelón?
—Bueno —aclara Pancho— hay que estar de acuerdo con el santoral gringo, no vas a venir aquí a esta nación del progreso y el modernismo, donde todo es chic, con tu nombre naco. Nooo, hay que estar ad hoc.
—Ah ok… —asiente Lencho— A los gringos les vale gorro como te llames, Doroty o Dorotea, Justin o Justiniano, Jeremy o Jeremias, Tony o Toño, Jhon o Juan, Lenny o Elena, para ellos, su santo principal es el billete verde.
—Ya te fuiste por la tangente... —exclama Pancho— En fin, yo te llamaré Lench, mi Dolarito Lench.
—Ah pues yo te llamaré Mister Pancho, Pesito, mister Pancho… Nomás no quieras que hagamos nuestra primera comunión.
—Nooo maaanches… Bueno, ¿y usted mister Lencho a qué aspira en este país de las oportunidades y de las güeras cuerpo de divina garza?
—No, pues yo, mister Pancho, quiero juntar una lana para ir a conocer la Riviera Nayarit.
—¿No conoce usted la Riviera Nayarit?
—No. ¿A poco usted sí?
—Tampoco. —Reconoce Pancho— Bueno, el corazón de la mera Riviera Nayarit, donde están los hoteles de lujo y todo eso, no. Conozco Rincón de Guayabitos, o Matanchén, o los Cocos…
—Ah claro, y Los Ayala y Sayulita, o La Manzanilla —agrega Lencho—. Pero los campos de golf, los spam, todo eso no, uf, neta, mi buen, que los jodidos no tenemos patria, bueno, salvo un pedacito donde tiras tu catre en la colonia donde vives…
—¿Qué no tenemos patria? —protesta Pancho— No, mi valedor, la tenemos. Que otros nos la hayan agandallado por un rato, hasta que nos pongamos víboras, es distinto.
—Neta —asegura Lencho— No importa que existan playas exclusivas a las que no podemos entrar, tenemos en cambio las sierras, los esteros, tantas cosas.
—Por eso —concluye Pancho— hay que juntar una lana y regresar al paraíso. Un terrenito en algún rancho, tu vieja, no importa que fodonga o molacha o como sea...
—Sí, así es. Chóquela mi compa.
—Chóquela, mi paisa.
Y siguen chambeando en aquellas áreas de residencias, carrazos y jardines bien cuidados, y el tío Sam los mira con ojos chivatones.
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