sábado, 26 de diciembre de 2009

GASPAR Y EL FANTASMA DE NAVIDADES PASADAS

Nostálgico en la Angelópolis, recuerdo que la mejor de mis navidades fue la de 1972.
La vieja construcción marcada con el número 318 de la calle Miñón oriente estaba adornada con farolillos, caireles de papel aluminio y cordeles multicolores adornando los trespeleques y emplagados árboles de la pequeña vecindad del “chueco” Angel.
La noche del 24 cada familia festejaba por separado pero a la vez en común. La del 1, Mery la mitotera, había preparado buñuelos, mi mamita una ollota de pozole con cachetes de puerco, y tepache, en tanto que los del rincón, los del cuarto número 3, tenían tamales y aguardiente traído de Guaynamota, por los familiares de Fermín, el corita, un maestro indígena que seguido llenaba su casa de parientes y amigos.
El cora Fermín y sus primos le entraban duro al guateque aporreando un par de guitarras e interpretando tanto canciones viejitas como de moda...Y quiedo ve tus ojjjos quiedo velos yaaaa... cantaba en un español muy martajado la tribu de coritas, recién llegados a la ciudad capital. Nosotros oíamos con picardía sus acentuadas pronunciaciones y arremedábamos cada una de sus autóctonas exclamaciones, despertando la ira de doña Carmelita, la vieja neuras, suegra del tal Fermín, quien decía, cuando de plano le colmábamos el plato: Bola de muchachos mensos, en balde la “istrucion” que les dan en la escuela...
Los chicos del barrio ya habíamos parado de jugar y, sin lavarnos las manos, le entramos duro al bufette navideño. Ya por la madrugada, mi padre, muy entonado, fue jaloneado por mi jefa y nos metimos a nuestra vivienda.
No sé qué pasó entonces, pero en sueños vi la llegada no sólo de Santo Clos sino del Niño Dios y muchísimas personajes más, pasando por renos, monos de nieve y hasta Grinchs.
Ya por la mañana, brincamos alborotados al ver tamborcitos y cornetas de plástico, una pistola de triquis y una monota de ojos azules. Lo mismo del año pasado, pero algo es algo. Y en eso el sonido de un claxon nos hizo pegar de brincos y salimos corriendo con alegre premonición. Siii... mi tío Chema, el de Colima, había llegado.
Bajándose de aquel estorboso pero muy envidiado LTD, mi tío y dos de mis primos se acercaron a la casa. Cargaban unas cajas llenas de ropa y juguetes. Qué alegría, Para unos niños pobres el mejor de los regalos, un juguete en Navidad.
Todos en la casa estábamos felices, además, porque teníamos un nuevo hermanito, el Gera, el famoso Nanito, apenas de mes y medio de nacido. Era tan, pero tan bonito y graciosito el nene que las vecinas lo chuleaban, diciéndole a mi jefecita; Doña Rosa, había de prestarlo a la capilla de San Antonio, para vestirlo de Niñito Jesús. Mi mamita se regodeaba con tantos elogios y cariñitos para la criatura.
El caso es que estábamos muy contentos. Una familia muy pobre

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