sábado, 26 de diciembre de 2009

EL PASTEL DE JUANA Y SU FELIZ NAVIDAD

Esta Nochebuena nos la hizo buena Juana, pero no aquella Juana, la de no te dilates con la canasta de los cacahuates, aunque esta sí se dilató, y bien.
Estuvimos con la familia Tortajada, (sin despegar las sílabas porque entonces es: telera maltratada) de origen tapatío, ya legalizados en los Yunaites, pero conservando sus tradiciones mexicanas y su afecto por los mojados.
Estábamos impacientes —la familia y nosotros los gorriones— desde la abuelita cabeceadora (ideal para delantera del TRI) hasta el nenuco en la cuna.
Y es que esperábamos el pastel de tres leches, que había quedado de traer Juana, apartado desde una semana antes. Juana es la hija menor de los Torta Manoseada, una chula morena que su sólo paso pone en posición de firmes a los transeúntes y hace redoblar la marcha incluso a los paralíticos.
Dijo que nomás se daba una vuelta por una fiestecita (posada) a la que la habían invitado y pasaba por el encargo, que por cierto, se trataba en verdad de un enorme pastel, capaz de dar batería a todo el pelotón de tragones, era una versión en pastelería del gigantesco pavo de mister Scrooge —dicho sea para darnos una idea— de las más afamadas tiendas dedicadas al ramo aquí en Los Angeles.
Esperábamos pues, a la mesa, un tanto apolillada ya, pues el comején sabe apreciar las buenas tablas. Algunos tamborileaban con los dedos, otros, con los codos apoyados en el vejestorio mueble y la piocha sobre la palma de la mano, se mecían indolentes, el nene chupeteaba el biberón más pachiche ya que su apellido. Y Juana que no llegaba.
Ya todos los del barrio habíamos quebrado las piñatas, esquivando los tejocotazos, se había degustado el ponche, y los dulces pasaban a mejor vida. (Por cierto, recuerdo que en mi niñez había los barrilitos de caramelo macizo que dejaban el paladar adolorido pero dulcificado). El pozole hacía rato que saludaba a sus tocayos los dientes, maizote con maizote. Habíamos cenado, pues, y nuestro gaznate ya estaba cansado, además, de villancicos, canciones adoloridas, música pop, rolas de rompe y rasga, y hasta habíamos karaokeado a Kapaz de la Sierra…
El caso es que, para decirlo rápido, Juana jamás llegó. Vino resultando que se fugó con su novio el pelagartón Maurilio. (En verdad le dieron posada). Y quien sabe en qué nido de amor miraron desde la ventana los cohetones y las luces y todos los brillos de la Navidad. Se habían dado la mejor de las navidades, haciendo efectivo el apelativo.
Y nosotros nos quedamos mirándonos los unos a los otros, con la cuchara en la mano, derritiéndose de soledad.
Y Juana riéndose de todos los gorrones del mundo, decidida a formar una nueva familia, para engrosar la raza latina en los Yunaites. Estos dos tórtolos se comieron el pastel. Y no invitaron. ¡Qué leche!
Y ahora más de algún pelado murmura el sonsonete navideño: “Orale, Juana, no te dilates, ni que el Maurilio te coma el pastel…”

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