lunes, 7 de diciembre de 2009

AMOR DE MOJADO… AMOR DE LEJOS

Me sentía nostálgico, solitario, hice una larga distancia y contacté a mi familia. Tepic al auricular.
La conversación con mis hijas me insufló vida del modo como Dios da aliento al padre Adán en la pintura de Miguel Angel en la capilla Sixtina.
Mis prendas hermosísimas. Cuánto aprendo de las dos, o de las tres, o de las cuatro, contando a la mamá y a la abuelita, protagonistas de amor, de tres generaciones,
que me brindan su calor, cada una a su modo, cada cual, en su tono, con sus temas.
La pequeña, con sus naturales sueños y travesuras de la escuela, hablándome
de las diabluras que hacen con la Wendy
y con el Víctor, a espaldas de la maestra
o en la hora del recreo. Soy su más divertido cómplice, su más amoroso consejero.
La mayor, quinceañera, vive entregada a las labores de la escuela, no es la típica "nerd" de gruesos anteojos y mechas caídas por entre las cejas, es una niña que disfruta las lecciones, aun cuando dura horas bajo la ducha y frente al espejo, alisando y enlazando sus negros y hermosísimos mechones en abultada y bien formada trenza.
Con Adilene, la menor, platico de duendes y dragones, con Adaena, la mayor, de ecuaciones, libros, gustos y canciones.
Mis dos bellas princesas, me alegran con sus risas y cubren con su aliento mis momentos de vacío y gran soledad.
En medio del prolongado lapso de separación
de sus padres, estas dos bellas criaturas son
el eje articulador de un constructivo destino
y una hermosa e imborrable historia de amor.
Y empiezo a silbar la melodía: “amor de mojado, que rogando vas cariño…” Y las calles de Los Angeles, paraíso y a la vez dilema del mojado, escuchan mi melodía y los edificios tienden el brillo de sus aceros y vidrios de espigados rascacielos, y el viento de este efímero instante en el tiempo me dicen que todo está bien.
Yo laboro arduamente en esta metrópoli. Algún día, mis hijas, tal vez estén aquí como ejecutivas en alguna mega empresa y gocen de estancia privilegiada (claro, no ilegales como yo) y vayan a comer al Jeans on third y comenten: aquí trabajó nuestro padre.
—¡Profesor Gasparín! —grita un conocido, un mojado de 70 años con quien hace poco intercambié impresiones, conjunción de dos generaciones de ilegales. Llega corriendo: Profesor ¿Qué cree? Acabo de hablar con mis hijas…
¿Usted también? —pregunto a mi vez. Y el continúa: ¡Ya soy bisabuelo! me lo acaban de decir. Profesor, mi semilla se extiende y propaga, mis proyectiles al futuro, impulsados ¿por qué otra cosa? por el amor…
Este anciano mojado tiene siempre una forma de hablar con figuras poéticas. Me sorprende en toda ocasión. Y miren que estar conmigo en la misma onda sonora del amor por las hijas. Nos damos un abrazo y nos vamos diciendo: Claro, el amor, el amor del mojado… ¡Qué poder!

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