miércoles, 16 de diciembre de 2009

LAS HISTORIAS NEGRAS DE GASPARÍN

Fui criado en familia, aunque pobre, pacífica, amorosa y sencilla, remanso de paz, tal vez por eso no termino por adaptarme a Estados Unidos.
Con frecuencia añoro Tepic, mi queridísima capital de los baches, mi tejuinero y bicicletero rancho grande, donde la penal está super poblada con malandrines de toda clase, desde raterillos, que se vuelan los pistos del Wallmart, ladroncetes de barrio, golpeadores de mujeres, violines, matoncetes a sueldo, etc, generalmente flacuchos y chimuelos delincuentillos náyaros, pero acá en los yunaites hay horrendos crímenes que no sólo escandalizan, sino ponen al borde de un ataque de pánico a la paranoica sociedad norteamericana.
Crecí en un barrio de la colonia Menchaca, hasta cierto punto violento, pero nunca tuve acercamientos con criminales, ni supe de homicidios tan pavorosos como los que empecé a ver en los noticieros de la tele.
Ya desde niño, mi padre, asiduo lector de la revista "Jueves de Excelsior", nos comentaba a la familia, no sin cierta delicadeza, de los horripilantes crímenes cometidos en los EU: país que se presumía civilizado, con individuos como Charles Manson, el trístemente célebre "Hijo de Sam", ciegos seguidores y émulos del londinense "Jack, el destripador", el suicidio masivo de la secta daviniana en los años ochenta, las matanzas a campo abierto en universidades, restaurantes y hasta en un cuartel militar (Fort Hood, Texas, Nov. 2009), verdaderos actos de psicópatas, engendrados muchos de ellos en el seno de familias acaudaladas, pero disfuncionales.
Muchos actos criminales han sucedido, obviamente no de la magnitud del "9-11", el nain guan guan del 2001. Sucesos sangrientos de todo tipo, desde aquellos originados por violencia intrafamiliar, pleitos de trabajo, violencia pandilleril, etc, esos sí, para que lo anote la secretaria de Béjar Fonseca, esos sí son casos aislados, casos aislados señorita.
En los canales de televisión latinos (22, 34 y 62) abundan las noticias que son verdadera página, o pantalla, roja. Se ven entre agitados periodistas gabachos, orientales y negros, a nuestros enérgicos reporteros nahuatlacos, reportando en vivo dantescas escenas de sangre, sudor y muerte.
Y mientras así analizo, como orgulloso embajador nayarita en los Estados Unidos, (sólo que Obama no ha recibido mis cartas credenciales, puesto que soy pollo de plumas peinadas a codiciosos y voraces lengüetazos de coyotes y correteado por la migra), mientras así cavilo, en este restaurante donde trabajo, corto con rigor y nerviosismo los rábanos, ejotes y espinacas, rozando peligrosamente mi dedo índice acusador y de fuego. Con riesgo de que este pesado apéndice que tanto pone en tela de juicio al american way of life, sea rebanado al menos en sus callosidades. Los padrastros (cutícula) quedan temblando con el azote del cuchillo cebollero. Y sea por la cebolla o por mis episodios de mojado, limpio algunas lágrimas y con el mandil repliego el moqueo que se ha aflojado. Sí, son los cebollines que me hacen llorar. Y hasta el cilantro que está muy fuerte, muy fuerte.

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