domingo, 29 de noviembre de 2009

UN ANGEL QUE NI MANDADO A HACER

Qué bien se siente Lupe con esos primeros 300 dólares que ha ganado en limpieza de ropa y apartamentos de su amigo Angel y los Verdía del 322, incluso envió con todo su corazón 200 dólares y se guardó, por recomendación de Angelito, cien restantes. Aquí nunca es bueno quedarse sin dinero, aunque ya sabe, puede contar conmigo para lo que se haga necesario, aunque no soy el Banco de América.
—Les van a caer de perlas, estos dolaritos, mire que allá en la escuela le piden a los niños tantas cosas y si no les cumples a los maestros, cuidadito, porque te mandan con todo y criaturitas a la calle.
—A poco sí— dijo incrédulo, Angel— yo tenía la impresión de que en México la educación popular estaba bien financiada y que es hasta gratuita.
—Pues viera cómo me sobaba el lomo para comprar mis libros, tras la muerte de mi padre, dejé mi carrera que quería concluir en medio de tantas ilusiones. Me enredé con un chavo, el padre de mis dos únicos hijos y mire que me salió algo corrientito para eso de los deberes matrimoniales.
—Así suelen ser las cosas— dijo Angel—
Y Lupe seguía ensoñada con el envío de su primera remesa. Veía el porvenir con entusiasmo. Estaba dispuesta a seguir esforzándose al máximo, con tal de poder seguir ayudando a los suyos.
Había encontrado en Angel Barrientos más que un benefactor un verdadero amigo, que pese a su condición física, o cansancio provocado por la intensa actividad en que se sumergía, proyectaba enérgica imagen, y sobre todo gran fuerza en sus manos, agitadas incesantemente a toda hora, al despedir o dar la bienvenida a los amigos del edificio.
Lo conocían como el que un día llegó de un pequeño país destruido por la guerra,
joven y dueño de arrebatadora personalidad reforzada con la sonoridad y elocuencia de su voz, rodeado de un aura inteligente y luminosa. Se aparecía por doquier como un enigmático ser de gran clarividencia, un ser singular, un ser de luz.
Le encantaba a Lupita oírlo hablar de lugares remotos y de fechas arrancadas de algún almanaque, entrelazadas en bellísimas historias y anécdotas, en esta tierra fundada por inmigrantes europeos, mitad emisarios y mitad bucaneros, que ahora ven con recelo a los modernos inmigrantes que llegan empujados por el hambre, la ambición o las guerras, desde los más recónditos lugares del planeta.
A Lupe le causaba sorpresa ver todo tipo gente en aquél país, aquella diversidad racial saltando a la vista, y sobre todo la atmósfera de tolerancia que hoy se deja sentir, pero que fue precedida por más de dos siglos de esclavitud y segregación. Ahora muchas cosas han cambiado, le decía Angel, mira que hasta un negrito llegó a la Casa Blanca, y no a barrer o a sacudir los muebles sino a ocupar el más alto cargo de representación popular en la nación más poderosa del mundo.
—Pues negro o blanco o chilaquiliado afloja porque afloja el dolarín—dijo Lupe.

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