viernes, 6 de noviembre de 2009

PAJAROS EN EL NIDO DEL TIO SAM

Tras subir al automóvil, Lupita llegaría a saber que Tony era ex presidiario y Lenny se beneficiaba del Wellfare con estampillas de comida, condonaciones diversas, ayuda para el pago de renta (sección 8), dinero, becas, hospitalización y gastos para medicina, aportaciones a quienes califican en el programa de prevención en el consumo de drogas, etc.
Esto lo empezó a descubrir al hacer la inocente pregunta de los sesenta y cuatro mil: ¿En qué trabajan ustedes? —Ahh, vaya pregunta ofensiva. ¿Y a qué viene tanta violencia? ¿Trabajar nosotrooos?, ni que fuéramos ilegales, pollos brincando de un gallinero a otro.... bahhh—, dijo él aventando por la ventana de su chimuela dentadura el mil uno escupitajo del día.
Lupita advirtió que sus preguntas encontrarían múltiples evasivas y gran misterio de parte de esos dos que a leguas se veían como redomados y auténticos güevonazos, mantenidos del gobierno gringo, así que cerró sus ojitos negros y entró en meditación, más luego los abrió desmesuradamente viendo las espléndidas imágenes que encontraba a su paso. La amplia Manchester Av. a esa hora lucía atestada de coches, camionetas y numerosos autobuses que en cada esquina paraban para tragar y deyectar decenas y decenas de apresurados pasajeros, que iban o venían de aquí para allá por esas agitadas calles del monstruo de concreto maquillado de verdes pastos y multicolores rostros y cuerpos humanos, que le daban un especial aire de movilidad y energía.
A izquierda y derecha del ruidoso automotor cruzaban ráfagas, vehículos a muy alta velocidad, otros lentamente se desviaban por alguna calle secundaria para perderse entre el modernista y urbanizado emplazamiento de edificios. Se sorprendió de que aquí no se vieran los escombrosos y sucios baldíos que en su tierra hay por todos lados. También advertía que el vehículo, con todo y lo estropeado que estaba, no daba ningún brinco. La avenida Manchester, al igual que las demás que iba recorriendo con su vista, se notaba parejita, lisa, sin ningún bache o grieta que le deformara la tersa arquitectura. Alucinante el recorrido, con altos edificios, bellos jardines y luminosos anuncios, panorama que su vista advertía más allá de la sucia carrocería que la conducía al hogar de los Martínez.
La radio que todos escuchan la 97.9 la raza, la estación de los madrazos... Y toda la gente pregunta: en qué trabaja el muchachooo... se escuchaba por la radio, que a muy alto volumen liberaba sus ondas hertzianas, para darle a conocer a Lupe que aquí hay algo más que la XEOO o Radio Korita de un gustado, juvenil y jacarandoso espacio en la F.M. del pintoresco valle del Matatipac.
El pequeño automóvil dobló hacia la avenida Vermont, Tercera y New Hampshire, para llegar al 412 sur de esa angosta calle.
Ahí estaba el Gaylord Building Apartments, edificio de cinco niveles, donde hacían nido aquel par pájaros bendecidos por las dadivas y lisonjas del tío Sam.
A dónde me he venido a meter, pensó Lupita, al ver que el vecindario estaba repleto de cholos al igual que sus anfitriones. Por la ventanilla asomó a verla un tipo mostrando su enorme lengua con incrustaciones y pendientes y unos ojos turbios como de víbora drogada. No pudo reprimir un grito de pavor que hizo soltar carcajadas a Tony y Lenny. “Pero si no te va a pasar nada —dijo él— aquí habemos nayaritas como tú".
¿Cómo yo? pensó ella. No eran precisamente los paisanos que uno anhelara conocer. Respiró hondo y se dijo: “A lo hecho, pecho, adelante”.

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