viernes, 6 de noviembre de 2009

AVE INTERPLANETRIA CON LLANTAS

Voy en el bus, nave intergaláctica con llantas. Esto es el futuro. La ciudad de Los Angeles se despliega ante mí como escenario de los Supersónicos.
Estos transportes son elefantes electrónicos, ligeros pese a su gran tamaño. Poseen sofisticado equipamiento computarizado (manejado cuasi por otro ordenador o, mejor, una edecán robotizada).
Su motor es el último grito de la combustión a gas, sistema hidráulico de elevada potencia. Su chofer trae varios megachips al cráneo, mirada estándar, uniformado como escolar—boy scout—marinerito (con su cajita del lonch por un lado).
Son buses tecnificados como lo sería un ovni para un granjero, o el Discovery ante una carreta de bueyes (sin ofender a nadie).
Se paga en efectivo a una maquinita, o puedes deslizar un pase de plástico. En el primer caso el driver (chofer) te va da un transfer (boleto de transbordo). Siempre me ha sorprendido cómo los choferes pueden hacer todo esto y manejar. Aunque claro, los mexicanos son más diestros para cobrar morralla y volantear cuidando no entrellevarse a otros cafres, sonando el claxon, mentando madres, discutiendo con un pasajero anterior que no entregó completo el importe... Todo a la vez. En eso sí son insuperables los méxican drivers.
Puedes pedir tu parada para bajar, con sólo jalar el cordoncito o puchando un botón cerca del maneral de la entrada. Claro, dicho cordón no es como el de los camiones de tu pueblo, destartalado y vuelto hilacho. Este es de fibra sintética ex profeso para el jaloneo, digamos que es cordón inteligente, casi fibra óptica.
Para pedir la parada y tomar el transporte te colocas abajo del sign-letrero) y el bas para enfrentito, se descorren las puertas como se dejan ver las entrañas de una nave sideral para bajar la princesa de la Guerra de las Galaxias, o como se abre de capa un disco volador, con resoplido de aire a presión que te alegra el jubiloso espíritu amante de lo moderno, avientas el billete de a dólar con su respectiva cora (25 centavos), te dan el transfer y listo, a recorrer la metrópoli angelina y sus numerosas pequeñas y grandes zonas conurbadas, prácticamente otras ciudades dentro de la macrópoli.
Los bases más modernos, intergalácticos, traen monitor plasma, mensajes de aviso grabados, computarizados, diciéndote qué parada sigue, lugares, rutas, la hora, el clima, el estado de la bolsa (la de valores, no la tuya, esa todo mundo sabe que está jodida)…
Pero es mejor dedicarse a apreciar la excelsa panorámica de la megalópoli. (Si es que no tienes a la vista las piernas de alguna linda pasajerita).
Vámonos a recorrer Los Angeles. A explorar esta ciudad que hace honor a su nombre:
Los Angeles de Gasparín Pataeperro, vestido con el traje esplendoroso del Príncipe de las Estrellas.
Por supuesto, como ya usted lo habrá imaginado, voy en el expreso a Hollywood, a ver a mis nenas, es decir, a devolverles la amabilidad de su visita en el Joans on third, allá charlaremos sin que nos mire Juana.

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